JEFFERSON HELMER VERA CRUZ
Estudiante Universidad La Salle
Fue
en la primaria cuando el negro “José” Flores, el prospecto de atleta se fracturó
la pierna en una de esas zancadas que solo él podía realizar, durante un
partido de fútbol. “Los negros son atletas, siempre será así, ¿por qué?, porque
el negro no piensa, solo corre”, decían algunos “brothers” de la clase.
En
el recreo, afuera de las aulas del plantel educativo Inmaculada Concepción en el
distrito de José Luis Bustamante y Rivero el rumor corrió a voces. “¿Te
enteraste lo que le pasó al negro?, claro pe´ cholo, se rompió la pata, el
gringo “Pecas” lo jodió”, expresiones como esas se escucharon en la cancha de
cemento, en el lugar donde las chicas que se hacían llamar las Spice Girls,
pasaban los 15 minutos del recreo para exhibirse y contar que el papá de Gladys
García Quispe, la líder del grupo, había viajado a los Estados Unidos, aunque
el padre de la adolescente se había ido de ilegal a probar suerte al país del
Tío Sam. Fue en ese escenario, en ese pequeño espacio en donde a raíz de un
evento fortuito, de manera inconsciente el grupo de adolescentes dejó a la
vista la radical alteridad y el grado de perturbación histórica del país marcada
por la desigualdad social.
“Cholear
es algo que los peruanos sabemos y no podemos, aparentemente, dejar de hacer.
Es tan nuestro como el ceviche, la cancha, el fútbol o la cultura chicha en
cualquiera de sus proteicas manifestaciones. Es parte integrante de nuestra
esencia. Pero el hecho de que esté integrado a nuestra convivencia, no
significa que esté exento de costos personales y sociales, por no hablar de
daños, tan elevados como urgentes de erradicar”, dice el psicoanalista Jorge
Bruce (Bruce, 2007) en su libro “Nos
habíamos choleado tanto” un juego de palabras en relación a la película
italiana del director Ettore Scola, “Nos habíamos amado tanto”.
Nada
cambió, no cambiaron como los personajes del filme, el racismo se heredó como
el ácido desoxirribonucleico y siguió, gen tras gen como la anécdota escolar.
Una historia que inclusive hoy, después de mucho tiempo se sigue contando como José
el negro que se fracturó y Raúl el cholo que pregonó el chisme de la fisura.
“Parece
existir una continuidad histórica entre las causas de la desigualdad de hace
dos siglos y las de hoy en día”, dice David Sulmont investigador de análisis
cuantitativo para la investigación social (Sulmont, 2005) .
Hace
11 años la organización no gubernamental Demus, un grupo feminista peruano, presentó
la encuesta nacional en torno a la
discriminación social en el Perú. La indagación fue hecha a 1600 personas de 18
años a más. La investigación arrojó que el 80% de entrevistados tenía una
percepción negativa de la actual sociedad referidas al machismo, conflictividad
social y al racismo. Respecto de este último punto indicó que la mayoría de peruanos perciben que el origen
étnico o la identidad cultural siguen siendo discriminantes en la generación de
distancias sociales. La mayoría, según indica la encuesta piensa o cree que los
indígenas y los afroperuanos y mestizos son personas fuertemente limitadas en
sus derechos.
Según
Gonzalo Javier Enrique Portocarrero Maisch un sociólogo, científico social y
ensayista peruano ha indicado que la doctrina racista nacida en la colonia creó
un fundamento invisible vigente hasta hoy, criterios clasificatorios y la
ideología implícita de la convivencia entre dominantes y dominados.
Una
idea mantenida en lo que escuchamos, comemos o vemos de manera descarada.
Publicidad, telenovelas y series en las
que la “clase alta”, está representada por un hombre blanco, buena posición
económica etcétera algo parecido como la novela noventera “Natacha”, en la que
inclusive el personaje principal guardaba cierto recelo con los rasgos
peruanos.
“El
pretendido afecto que sobrellevarían en el Perú a las susodichas palabras,
zambito, chinito, cholito, ponjita, aplicadas incluso por amor filial o erótico
– mi negra, mi cholita- o por estima y cariño, resulta un subterfugio de
hipocresía que quiere encubrir sometimiento, dependencia, vituperio y simpatía
racista. ¿Simpatía racista? Habría que preguntarles a los destinarios del
trato, no a quienes se atribuyen las piedras filudas de las buenas
intenciones”, dice el escritor peruano Gregorio Martínez. Y complementa con la frase:
“A mí, personalmente no me ofenda ni me incomoda que me digan zambo, pero esto
resulta incorrecto y maligno” (Martínez, 2005) .
El
Perú se encuentra en una etapa poscolonial que no ha logrado superar, problemas
de la época en donde el racismo y la raza siguen siendo el tema central. El
racismo seguirá siendo uno de esas contrariedades que la población en general
se resiste a tratar. Es una fractura, una rotura, una lesión que aún no se ha
curado y que no se curará hasta que el trato cotidiano cambie, el ámbito
público, el entorno publicitario y comunicacional tome un nuevo giro, hasta
entonces habrá un José y un Raúl en el subconsciente de la gente.
Trabajos citados
Bruce, J.
(2007). Nos habíamos choleado tanto . Lima : Universidad San Mart{in de
Porres.
Martínez, G. (2005). Mambo N°5.
Lima : Imago.
Sulmont, D. (2005). Encuesta
Nacional sobre la exclusión y discriminación social. Lima: Demus.
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